Para explicarte por qué la música de cine ha educado (y sigue educando) nuestros oídos musicales, tengo que contarte antes una pequeña historia.
Dicen que, cuando un jovenzuelo llamado Igor Stravinsky estrenó La consagracion de la primavera en el Teatro de los Campos Elíseos de París en 1913, el púbico (gente culta y refinada, se supone) lió la marimorena. Hubo abucheos, insultos, puñetazos, y la obra solo pudo acabar de representarse gracias a la presencia policial.
La consagración... supuso una ruptura con muchos dogmas de la música clásica: es una obra básicamente atonal, rica en disonancias, de ritmo libre, brutal y desordenado, que entronca directamente con el dodecafonismo que estaba a punto de nacer.
Si hoy escuchas La consagración de la primavera probablemente pensarás: caramba, pues no suena tan raro. Suponiendo que seas de esas personas que aún usa la palabra "caramba", claro.
Y es porque el oído del ciudadano medio del siglo XXI está curado de espanto. A pesar de la música facilona que invade a diario las emisoras de música y las plaformas de streaming, hemos educado nuestro oído casi sin darnos cuenta a través de otro medio en el que se han refugiado muchos de los grandes compositores de los últimos cien años: la música de cine.
La música de cine es esa que oyes pero no escuchas. En teoría, su cometido es subrayar las imágenes para potenciar una emoción, para dar una pincelada de color, para resaltar algún aspecto de la historia, de un personaje o de una situación.
La música de cine es para las imágenes como el adjetivo de los sutantivos: casi nunca resulta imprescindible, pero, sin ella, la imagen queda vacía, huérfana, como si le faltara algo.
La música de cine manipula con premeditación y alevosía los sentimientos del espectador, intentando al mismo tiempo pasar inadvertida. Va directa a nuestro subconsciente. Y así, a la chita callando, resulta que cualquier aficionado al cine ha escuchado y asimilado miles y miles de horas de música, parte de ella escrita por grandes compositores contemporáneos, sin darse cuenta de ello.
Por eso cuando un ciudadano medio del siglo XXI escucha algo como La consagración de la primavera, aunque no tenga (o crea no tener) formación musical, no acierta a comprender qué fue lo que soliviantó de ese modo a aquel público culto y refinado de hace un siglo que, se suponía, sí poseía una formación musical exquisita.
Esta educación musical inconsciente que los niños reciben de la música de cine puede verse entorpecida o facilitada desde nuestro papel como adultos.
Un adulto puede entorpecerla impidiendo que sus hijos vean buen cine, por ejemplo. No es comparable la partitura de Coco, por poner un ejemplo, con la de Lady Bug. Sin ánimo de ofender, claro.
Un adulto puede facilitarla seleccionando las películas a las que los niños/as tienen acceso y charlando luego con ellos sobre lo que han visto (no intentando sentar cátedra ni dar una aburrida clase magistral, por favor), identificando las melodías, los arreglos instrumentales, la forma en la que la música subraya las escenas y afecta a nuestro estado de ánimo, escuchando fragmentos de la banda sonora por separado, investigando sobre el compositor/a y sobre el proceso de grabación y sincronización...
Ya ves que es más fácil acertar que fallar. Puedes hacer mil cosas chulas para potenciar esta educación musical y que siga siendo algo divertido e interesante para los niños/as.
Como ejemplo, te traigo diez bandas sonoras míticas de películas no menos míticas de los años 80. Diez bandas sonoras muy diferentes que educaron tu oído musical (sin que probablemente te dieras cuenta) y que ahora pueden educar el de tus hijos. Para que ellos, cuando llegue el momento, tampoco entiendan qué les pareció tan raro a aquellos cultos y refinados espectadores franceses de La consagración de la primavera.
(Advertencia: no todas estas películas son aptas para todos los públicos. De muchas de ellas y de la edad apropiada para verlas ya hablé en este otro artículo).
Goldsmith fue, junto con John Williams, el máximo representante durante décadas del sinfonismo más clásico en el cine de Hollywood. Pero también le gustaba experimentar. En Poltergeist, el clásico filme de terror de Tobe Hopper, la melodía principal parece un tema amable y juguetón que describe el día a día en una urbanización de clase media típicamente made in USA, pero los coros infantiles (tan eficaces en las películas de terror) y la introducción sorpresiva de la tonalidad menor le dan ese toque inquietante de "ay madre, la que se les avecina". A destacar, también, como Goldsmith integró el zumbido del ruido blanco de la televisión con la música.
Si aún eres escéptico con la idea de que la música de cine ha estado educando nuestro oído durante años sin que nos diéramos cuenta, solo observa las disonancias, lar armonías imposibles y los cambios enloquecidos de ritmo que practica Goldsmith en esta pieza que todos hemos escuchado infinidad de veces sin despeinarnos y que, probablemente, hubiera hecho sangrar los oídos de Stravinski en 1913:
El griego Evangelos Odysseas Papathanassiou (que, con ese pedazo de nombre, mira qué ocurrencia la de cambiárselo por Vangelis) conoció su mayor momento de gloria en los ochenta, con las bandas sonoras de Cosmos o Carros de fuego. Lo suyo, por supuesto, era la música electrónica y el rock progresivo más que el sinfonismo, aunque tampoco le hacía ascos a una buena orquesta de cuarenta violines.
Su obra más conocida, sin duda, es Blade Runner, donde, además de sus populares temas electrónicos, perpetró un curioso híbrido de new age electrónico con aires de jazz que todavía pone los pelos de punta.
Otro músico de origen griego (aunque Poledouris era estadounidense) que fue muy popular en los ochenta (La caza del Octubre rojo, Robocop). De Conan el Bárbaro, aquella fantasía testosterónica de John Millius, casi todo el mundo recuerda la atronadora fanfarria principal, pero a mí me parece que retrata mucho mejor el espíritu de la película, y del compositor, esta lírica pieza que, sin menospreciar la orquestación glandilocuente, resulta mucho más intimista.
Lo de John Williams es asombroso: lleva cinco décadas trabajando a un ritmo endiablado y con un nivel de calidad apabullante. Es imposible escoger uno solo de entre sus trabajos en los ochenta.
Pero, como hay que hacerlo, me quedo con el score de El retorno del Jedi, que es un compendio musical más o menos definitivo de la mítica trilogía original de Star Wars. Aquí están los grandes temas conocidos por todos: la fanfarria principal, la marcha imperial, el tema de la fuerza, el de Luke y Leia, más unos cuantos menos conocidos pero igual de poderosos. El siguiente es el que suena durante la escena en la barcaza de Jabba el Hutt, y resumen bastante bien las cualidades de John Williams como compositor: su dominio absoluto del ritmo y de la orquestación, su facilidad pasmosa para hacernos sentir lo que a él le da la gana a través de la música. John Williams es muy, muy grande, y esto es música sinfónica del siglo XX de primera división:
Y hablando de grandes, no podía faltar Morricone que, además, es el campeón de los prolíficos. Morricone, en los ochenta, nos dejó bandas sonoras de la talla de La misión, Los intocables de Eliot Ness o Érase una vez en América. Uf. Este señor se ha pasado la vida innovando con ritmos, armonías e instrumentaciones. Es el rey de la cadencia efectiva, y su imaginacion con la instrumentación no conoce ni la vergüenza ni los límites. ¡Larga vida a Morricone!
Te traigo a esta selección un trabajo muy sencillo, y hasta facilón, comparado con otros, pero en cuya simplicidad y clasicismo reside todo el oficio del músico italiano. Se trata del Love theme de Cinema Paradiso, compuesto por Morricone y su hijo Andrea, en una interpretación en directo im-pre-sio-nan-te de la violinista Chloë Hanslip y la BBC Concert Orchestra. Si no te remueves en el asiento al oírlo es que tienes horchata en las venas.
Si otros como Morricone, Williams o Goldsmith llevaban ya veinte o treinta años haciendo música para cine en los ochenta, otros, como Danny Elfman, eran jovenzuelos recién llegados al negocio. Mira por donde, Elfman coincidió con otro chaval que estaba empezando, un tal Tim Burton cuyo genio aún no había sido fagocitado por la maquinaria hollywoodiense, y le compuso la banda sonora de esa auténtica rareza cinematográfica que en España se tituló Bitelchús.
En la partitura ya se pueden apreciar los tics que más tarde Elfman repetiría hasta convertirlos en marca de la casa: las sucesiones de acordes menores de aire inquietante y juguetón, el ritmo machacón, el inteligente uso de los coros. Un compositor (y un realizador) con un estilo muy particular, que podría conseguir que la mitad del público de los Campos Elíseos acabase lanzándose de cabeza al Sena.
Otro gran músico de cine que cimentó su carrera en los ochenta fue Michael Kamen, con títulos como Arma letal, Jungla de cristal o Las aventuras del barón Munchausen. Quizá su obra más conocida de la época sea Highlander (Los inmortales), aquella tronadísima película de capa y espada donde Sean Connery interpretaba a un caballero español y Christopher Lambert era un chicarrón escocés. La magia del cine, supongo.
Su alma rockera y su formación ecléctica hacían que Kamen confiriera a sus piezas sinfónicas un toque muy particular, con giros tonales y rítmicos poco frecuentes y orquestaciones muy originales. Fue una verdadera lástima que este músico nos dejara en plena madurez.
Y aquí tenemos a este otro jovenzuelo imberbe que se habría paso por aquel entonces entre los grandes. Hans Zimmer, que con el tiempo se haría archiconocido gracias a sus grandes trabajos en El rey león, Gladiator, Piratas del Caribe o sus colaboraciones con Christopher Nolan, ya tuvo en los ochenta dos grandes éxitos: Rain Man y Paseando a Miss Daisy.
Esta última es una pequeña y deliciosa película de época que ha caído en un relativo olvido y en la que, en principio, los sintetizadores de Zimmer no pegaban ni con cola. Pero el genio del alemán se sobrepuso al anacronismo y se marcó una de sus melodías marchosas y pegadizas, de cadencia fácil y bajos potentes que, cuenta la leyenda, compuso, arregló e interpretó él solito en pocas semanas y sin emplear ni un solo instrumento acústico en el proceso.
Qué mejor forma de cerrar este artículo. Tratándose de John Barry, podía haberte traído la banda sonora de Bailando con lobos (1990), una película por la que siempre he sentido debilidad, pero no hay nada más cinematográfico que cerrar un artículo sobre música de cine con el tema principal de Memorias de África, en una interpretación bastante buena de la Chamber Orchestra of New York.
Se trata de una partitura que bebe directamente de las armonías e instrumentaciones del romanticismo del siglo XIX, adaptándolas de forma impecable al medio cinematográfico. Memorias de África es la quintaesencia de la música de cine y, tal vez, la única pieza de esta lista que no hubiera hecho huir despavorido al público del Teatro de los Campos Elíseos en 1913.
¿Qué banda sonora de los ochenta recuerdas con más nitidez después de tantos años? ¿Alguna de John Williams, de Jerry Goldsmith, de Alan Silvestri? ¿O tus gustos son más singulares? Cuéntanoslo en los comentarios y lo hablamos.
Dicen que, cuando un jovenzuelo llamado Igor Stravinsky estrenó La consagracion de la primavera en el Teatro de los Campos Elíseos de París en 1913, el púbico (gente culta y refinada, se supone) lió la marimorena. Hubo abucheos, insultos, puñetazos, y la obra solo pudo acabar de representarse gracias a la presencia policial.
La consagración... supuso una ruptura con muchos dogmas de la música clásica: es una obra básicamente atonal, rica en disonancias, de ritmo libre, brutal y desordenado, que entronca directamente con el dodecafonismo que estaba a punto de nacer.
Si hoy escuchas La consagración de la primavera probablemente pensarás: caramba, pues no suena tan raro. Suponiendo que seas de esas personas que aún usa la palabra "caramba", claro.
Y es porque el oído del ciudadano medio del siglo XXI está curado de espanto. A pesar de la música facilona que invade a diario las emisoras de música y las plaformas de streaming, hemos educado nuestro oído casi sin darnos cuenta a través de otro medio en el que se han refugiado muchos de los grandes compositores de los últimos cien años: la música de cine.
La música de cine: oída pero no escuchada
La música de cine es esa que oyes pero no escuchas. En teoría, su cometido es subrayar las imágenes para potenciar una emoción, para dar una pincelada de color, para resaltar algún aspecto de la historia, de un personaje o de una situación.
La música de cine es para las imágenes como el adjetivo de los sutantivos: casi nunca resulta imprescindible, pero, sin ella, la imagen queda vacía, huérfana, como si le faltara algo.
La música de cine manipula con premeditación y alevosía los sentimientos del espectador, intentando al mismo tiempo pasar inadvertida. Va directa a nuestro subconsciente. Y así, a la chita callando, resulta que cualquier aficionado al cine ha escuchado y asimilado miles y miles de horas de música, parte de ella escrita por grandes compositores contemporáneos, sin darse cuenta de ello.
Por eso cuando un ciudadano medio del siglo XXI escucha algo como La consagración de la primavera, aunque no tenga (o crea no tener) formación musical, no acierta a comprender qué fue lo que soliviantó de ese modo a aquel público culto y refinado de hace un siglo que, se suponía, sí poseía una formación musical exquisita.
La música de cine en la educación musical de los niños
Esta educación musical inconsciente que los niños reciben de la música de cine puede verse entorpecida o facilitada desde nuestro papel como adultos.
Un adulto puede entorpecerla impidiendo que sus hijos vean buen cine, por ejemplo. No es comparable la partitura de Coco, por poner un ejemplo, con la de Lady Bug. Sin ánimo de ofender, claro.
Un adulto puede facilitarla seleccionando las películas a las que los niños/as tienen acceso y charlando luego con ellos sobre lo que han visto (no intentando sentar cátedra ni dar una aburrida clase magistral, por favor), identificando las melodías, los arreglos instrumentales, la forma en la que la música subraya las escenas y afecta a nuestro estado de ánimo, escuchando fragmentos de la banda sonora por separado, investigando sobre el compositor/a y sobre el proceso de grabación y sincronización...
Ya ves que es más fácil acertar que fallar. Puedes hacer mil cosas chulas para potenciar esta educación musical y que siga siendo algo divertido e interesante para los niños/as.
Música de cine de los años 80
Como ejemplo, te traigo diez bandas sonoras míticas de películas no menos míticas de los años 80. Diez bandas sonoras muy diferentes que educaron tu oído musical (sin que probablemente te dieras cuenta) y que ahora pueden educar el de tus hijos. Para que ellos, cuando llegue el momento, tampoco entiendan qué les pareció tan raro a aquellos cultos y refinados espectadores franceses de La consagración de la primavera.
(Advertencia: no todas estas películas son aptas para todos los públicos. De muchas de ellas y de la edad apropiada para verlas ya hablé en este otro artículo).
1. Jerry Goldsmith: Poltergeist (1982)
Goldsmith fue, junto con John Williams, el máximo representante durante décadas del sinfonismo más clásico en el cine de Hollywood. Pero también le gustaba experimentar. En Poltergeist, el clásico filme de terror de Tobe Hopper, la melodía principal parece un tema amable y juguetón que describe el día a día en una urbanización de clase media típicamente made in USA, pero los coros infantiles (tan eficaces en las películas de terror) y la introducción sorpresiva de la tonalidad menor le dan ese toque inquietante de "ay madre, la que se les avecina". A destacar, también, como Goldsmith integró el zumbido del ruido blanco de la televisión con la música.
Si aún eres escéptico con la idea de que la música de cine ha estado educando nuestro oído durante años sin que nos diéramos cuenta, solo observa las disonancias, lar armonías imposibles y los cambios enloquecidos de ritmo que practica Goldsmith en esta pieza que todos hemos escuchado infinidad de veces sin despeinarnos y que, probablemente, hubiera hecho sangrar los oídos de Stravinski en 1913:
2. Vangelis: Blade Runner (1982)
El griego Evangelos Odysseas Papathanassiou (que, con ese pedazo de nombre, mira qué ocurrencia la de cambiárselo por Vangelis) conoció su mayor momento de gloria en los ochenta, con las bandas sonoras de Cosmos o Carros de fuego. Lo suyo, por supuesto, era la música electrónica y el rock progresivo más que el sinfonismo, aunque tampoco le hacía ascos a una buena orquesta de cuarenta violines.
Su obra más conocida, sin duda, es Blade Runner, donde, además de sus populares temas electrónicos, perpetró un curioso híbrido de new age electrónico con aires de jazz que todavía pone los pelos de punta.
3. Basil Poledouris: Conan the Barbarian (1982)
Otro músico de origen griego (aunque Poledouris era estadounidense) que fue muy popular en los ochenta (La caza del Octubre rojo, Robocop). De Conan el Bárbaro, aquella fantasía testosterónica de John Millius, casi todo el mundo recuerda la atronadora fanfarria principal, pero a mí me parece que retrata mucho mejor el espíritu de la película, y del compositor, esta lírica pieza que, sin menospreciar la orquestación glandilocuente, resulta mucho más intimista.
4. Wendy Carlos: Tron (1982)
Wendy Carlos fue una de las pioneras de la música electrónica, así que parece lógico que compusiera la música de Tron, una película que también fue pionera en muchos campos. Utilizando una curiosa mezcla de sintetizadores analógicos jurásicos, sintetizadores digitales mitológicos y orquesta tradicional (la Filarmónica de Londres, nada menos), creó esta extraña banda sonora que hoy nos parece tan inofensiva como un gatito ronroneando pero que contribuyó a acostumbrar a nuestros oídos a las armonías enfermizas y a los incómodos ritmos de siete tiempos.
5. John Williams: The Return of the Jedi (1983)
Lo de John Williams es asombroso: lleva cinco décadas trabajando a un ritmo endiablado y con un nivel de calidad apabullante. Es imposible escoger uno solo de entre sus trabajos en los ochenta.
Pero, como hay que hacerlo, me quedo con el score de El retorno del Jedi, que es un compendio musical más o menos definitivo de la mítica trilogía original de Star Wars. Aquí están los grandes temas conocidos por todos: la fanfarria principal, la marcha imperial, el tema de la fuerza, el de Luke y Leia, más unos cuantos menos conocidos pero igual de poderosos. El siguiente es el que suena durante la escena en la barcaza de Jabba el Hutt, y resumen bastante bien las cualidades de John Williams como compositor: su dominio absoluto del ritmo y de la orquestación, su facilidad pasmosa para hacernos sentir lo que a él le da la gana a través de la música. John Williams es muy, muy grande, y esto es música sinfónica del siglo XX de primera división:
6. Ennio Morricone: Cinema Paradiso (1986)
Y hablando de grandes, no podía faltar Morricone que, además, es el campeón de los prolíficos. Morricone, en los ochenta, nos dejó bandas sonoras de la talla de La misión, Los intocables de Eliot Ness o Érase una vez en América. Uf. Este señor se ha pasado la vida innovando con ritmos, armonías e instrumentaciones. Es el rey de la cadencia efectiva, y su imaginacion con la instrumentación no conoce ni la vergüenza ni los límites. ¡Larga vida a Morricone!
Te traigo a esta selección un trabajo muy sencillo, y hasta facilón, comparado con otros, pero en cuya simplicidad y clasicismo reside todo el oficio del músico italiano. Se trata del Love theme de Cinema Paradiso, compuesto por Morricone y su hijo Andrea, en una interpretación en directo im-pre-sio-nan-te de la violinista Chloë Hanslip y la BBC Concert Orchestra. Si no te remueves en el asiento al oírlo es que tienes horchata en las venas.
7. Danny Elfman: Beetlejuice (1988)
Si otros como Morricone, Williams o Goldsmith llevaban ya veinte o treinta años haciendo música para cine en los ochenta, otros, como Danny Elfman, eran jovenzuelos recién llegados al negocio. Mira por donde, Elfman coincidió con otro chaval que estaba empezando, un tal Tim Burton cuyo genio aún no había sido fagocitado por la maquinaria hollywoodiense, y le compuso la banda sonora de esa auténtica rareza cinematográfica que en España se tituló Bitelchús.
En la partitura ya se pueden apreciar los tics que más tarde Elfman repetiría hasta convertirlos en marca de la casa: las sucesiones de acordes menores de aire inquietante y juguetón, el ritmo machacón, el inteligente uso de los coros. Un compositor (y un realizador) con un estilo muy particular, que podría conseguir que la mitad del público de los Campos Elíseos acabase lanzándose de cabeza al Sena.
8. Michael Kamen: Highlander (1986)
Otro gran músico de cine que cimentó su carrera en los ochenta fue Michael Kamen, con títulos como Arma letal, Jungla de cristal o Las aventuras del barón Munchausen. Quizá su obra más conocida de la época sea Highlander (Los inmortales), aquella tronadísima película de capa y espada donde Sean Connery interpretaba a un caballero español y Christopher Lambert era un chicarrón escocés. La magia del cine, supongo.
Su alma rockera y su formación ecléctica hacían que Kamen confiriera a sus piezas sinfónicas un toque muy particular, con giros tonales y rítmicos poco frecuentes y orquestaciones muy originales. Fue una verdadera lástima que este músico nos dejara en plena madurez.
9. Hans Zimmer: Driving Miss Daisy (1989)
Y aquí tenemos a este otro jovenzuelo imberbe que se habría paso por aquel entonces entre los grandes. Hans Zimmer, que con el tiempo se haría archiconocido gracias a sus grandes trabajos en El rey león, Gladiator, Piratas del Caribe o sus colaboraciones con Christopher Nolan, ya tuvo en los ochenta dos grandes éxitos: Rain Man y Paseando a Miss Daisy.
Esta última es una pequeña y deliciosa película de época que ha caído en un relativo olvido y en la que, en principio, los sintetizadores de Zimmer no pegaban ni con cola. Pero el genio del alemán se sobrepuso al anacronismo y se marcó una de sus melodías marchosas y pegadizas, de cadencia fácil y bajos potentes que, cuenta la leyenda, compuso, arregló e interpretó él solito en pocas semanas y sin emplear ni un solo instrumento acústico en el proceso.
10. John Barry: Out of Africa (1985)
Qué mejor forma de cerrar este artículo. Tratándose de John Barry, podía haberte traído la banda sonora de Bailando con lobos (1990), una película por la que siempre he sentido debilidad, pero no hay nada más cinematográfico que cerrar un artículo sobre música de cine con el tema principal de Memorias de África, en una interpretación bastante buena de la Chamber Orchestra of New York.
Se trata de una partitura que bebe directamente de las armonías e instrumentaciones del romanticismo del siglo XIX, adaptándolas de forma impecable al medio cinematográfico. Memorias de África es la quintaesencia de la música de cine y, tal vez, la única pieza de esta lista que no hubiera hecho huir despavorido al público del Teatro de los Campos Elíseos en 1913.
Y tú, ¿qué opinas?
¿Qué banda sonora de los ochenta recuerdas con más nitidez después de tantos años? ¿Alguna de John Williams, de Jerry Goldsmith, de Alan Silvestri? ¿O tus gustos son más singulares? Cuéntanoslo en los comentarios y lo hablamos.
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