Crónicas Marcianas



Lo confieso, había empezado dos veces este libro y lo dejé antes de terminar el primer relato porque me pareció un tostón. Y, por seguir con las confesiones, la tercera vez estuve a punto de hacer lo mismo.

Pero algo me impulsó a continuar unas pocas páginas más. Menos mal. Si no, es posible que lo hubiera abandonado para siempre y me hubiera perdido esta colección de cuentos tristes, deseperanzados, extrañamente poéticos.

Junto con Farenheit 451, Crónicas Marcianas es considerada la obra cumbre de Bradbury. Es curioso, porque escribió ambas muy al principio de su carrera, con 30 y 33 años. Como siguió escribiendo hasta los 90, hemos de concluir que se trata de otro de esos autores que escriben lo mejor de lo que son capaces en su juventud, y luego se abandonan en una lenta e imparable decadencia. No, no, tienes razón. Eso no puede ser, ¿verdad? Quiero decir, podría haber algún caso aislado, pero, ¿tantos? Asimov, Clarke, Philip K. Dick, Frederick Pohl. Y ahora Bradbury. Y eso sin salir del ámbito de la ciencia-ficción.

Pero volvamos a Crónicas Marcianas. Hay en esta colección de cuentos una cualidad extraña, un tono paródico, casi travieso, que va oscureciéndose conforme avanzan las páginas hasta lograr esa hazaña tan difícil de conseguir que es congelar la sonrisa del lector. Los cuentos narran una supuesta colonización (o intento de colonización) de Marte por parte de la especie humana, y los primeros encuentros entre marcianos y terrícolas son perfectamente grotescos, una bufonada a la que dota de pronfundidad un trasfondo perturbador, una especie de sonsonete inquietante que no cesa de crecer en las sucesivas narraciones hasta culminar en un final desolador.

No es -el propio Bradbury lo reconocía- un libro de ciencia-ficción. Está ambientado en Marte -un Marte por completo ilusorio- como podía estar ambientado en las Islas Fidji, porque Crónicas Marcianas no habla de Marte ni de los marcianos, sino de nosotros, los terrícolas, los seres humanos y nuestra miserable querencia por el tribalismo, el antropocentrismo y la visión egoista a corto plazo.

Crónicas Marcianas es, en efecto, una lectura imprescindible, pero no apta para propensos al presimismo.

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