Johnny Cogió su Fusil, de Dalton Trumbo



Al profesor de Lengua y Literatura de 2º de BUP lo llamaban El Foni. Creo que era un apelativo cariñoso debido al particular timbre de su voz, no como los motes de otros profesores, que rozaban, como en todos los institutos de todos los lugares del mundo, el insulto personal.

El Foni caía bien a casi todo el mundo. Imagínate si era majo, que hasta le gustaba cómo escribía Stephen King, en una época en la que reivindicar a Stephen King era como si ahora reivindicásemos a Dan Brown (y que nadie se me enfade, que ya sé que las comparaciones son odiosas). Se notaba que le apasionaban los libros, y aquel año nos propuso que, una vez a la semana, cada uno leyera a la clase un fragmento de diez ó quince minutos de algún libro que le hubiera gustado mucho, o que significase algo importante para él. Muchos compañeros no habían leído un libro en su vida, ni siquiera las lecturas obligatorias de 1º de BUP ("lectura obligatoria", qué dos conceptos tan antitéticos. Y, sin embargo, en muchos institutos actuales se sigue obligando a los chicos y chicas a leer, como se les obliga a bailar o a resolver ecuaciones diferenciales; pero esta es otra historia), que habían despachado con un resumen hojeado deprisa antes del examen, o ni siquiera eso. Así que, aquel año memorable, por el aula de 2º de BUP desfilaron ejemplares de Los Cinco, Los Tres Investigadores, Elige tu propia aventura, e incluso asomó alguna aventura de Mortadelo y Filemón, que el Foni no tardó en calificar como literatura tan digna como cualquier otra para atajar las risitas que rápidamente se extendían por el aula.

A todos les escuchaba el Foni con un silencio reverencial, de acontecimiento importante, y muchos descubrieron, o quiero pensar que descubrieron, que abrir un libro y perderse en sus páginas (por placer, no por obligación) no era necesariamente una aburrida pérdida de tiempo, y que no había literatura digna y literatura indigna, y que ningún libro es tan malo como para no contener algo bueno en su interior.

Yo pasé mucho tiempo pensando en qué libro leería. Después de una larga criba, me quedé con dos finalistas: El Señor de los Anillos (¡claro!) y Johnny Cogió su Fusil.

Ganó el segundo. Johnnny Cogió su Fusil era, en aquel entonces, el libro que más me había impresionado. Veinticinco años después creo que sigue siéndolo, y eso que luego han venido muchos libros, y algunos de ellos también me han impresionado y han dejado en mí una profunda huella, del tipo que solo los grandes libros pueden dejar. Lo escribió un Dalton Trumbo muy joven, de veintipocos años, a rebufo de los horrores de la Primera Guerra Mundial, cuando ya se le venía encima la segunda, que ya hay que tener narices para escribir un libro enrabietadamente pacifista en 1939. Luego llegaría la caza de brujas de McCarthy para golpearle con el libro en la cara, y poco después la cárcel y el exilio.

El libro cuenta la historia de un soldado herido en combate que despierta aturdido en el hospital. Al principio, sus pensamientos son inconexos, mezcla recuerdos y ensoñaciones, pero poco a poco empieza a centrarse en el presente, en la realidad, y es entonces cuando descubre horrorizado, y el lector con él, el estado en el que se encuentra. No daré más detalles por si no has leído el libro. No busques los detalles por ahí. El impacto debe ser completo. Hace veinticinco años que digo esto a quien quiera escucharlo: tienes que leer este libro, y el libro tiene que sacudirte con la misma fuerza con la que fue escrito. Tienes que enfrentarte a él sin saber exactamente qué le ocurrió a ese soldado en el campo de batalla.

Trumbo, ese Trumbo tan joven que apenas empezaba a despuntar como guionista de éxito, escribe en estado febril, casi sin puntuar, arrebatado, en apariencia, por esa fuerza misteriosa que a veces arrebata a los escritores y hace de su pluma un mero instrumento para contar una historia que había que contar, y para contarla exactamente de la forma en la que había que contarla, porque no existe otra forma de contar Johnny Cogió su Fusil que la que escogió (o la historia escogió para él) aquel jovencísimo Trumbo que casi no conocía el oficio de escritor, y eso, y lo que pasó después con McCarthy y la caza de brujas, confieren a este libro un valor adicional, premonitorio, delirante, de pesadilla anunciada.

Leí uno de los fragmentos más duros de Johnny Cogió su Fusil delante de mis compañeros de 2º de BUP. La voz me temblaba un poco. Esperaba que se quedaran tan impresionados como yo, que se hiciera un silencio reverente donde se suspendieran los alientos y las gargantas se anudasen. Los lectores siempre quieren compartir con los demás la emoción que sintieron al leer. No ocurrió así. Algunas risitas nerviosas, o solo divertidas, jalonaron la lectura. Cuando terminé, jadeante, sudoroso, con las manos trémulas, los ojos extrañados o simplemente aburridos de mis compañeros estaban esperándome más allá de las páginas del libro. No lo había conseguido.

Entonces habló el Foni. Muchas gracias, dijo, y su voz sonaba aún más afónica de lo habitual. Tragó saliva antes de continuar y hacerme algunas preguntas de rigor sobre el libro, el argumento, cómo había llegado a mí y qué me había parecido. Pero estaba impresionado, o fingía estarlo. Todavía hoy se lo agradezco.

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