Hoy te traigo una selección de nueve adaptaciones al cine de obras literarias. Las nueve películas comparten el hecho de haberse estrenado en la década de los ochenta y que puedes recuperarlas ahora para verlas con los peques de la casa.
¿Alguna vez has asistido a una de esas discusiones acerca de si es mejor el libro o la película? A mí siempre me hacen mucha gracia. Suele vencer la palabra impresa, claro, sospecho que por la imagen de alta cultura que el libro proyecta y de la que gran parte del cine carece.
Pues lo siento, pero, en mi opinión, esa discusión es estéril. Cada medio tiene su propio lenguaje, sus fortalezas y debilidades, y comparar un libro con la película basada en él (o viceversa) resulta tan absurdo como comparar a una oveja con una cabra. Son animales distintos, aunque un vistazo superficial nos pueda hacer creer lo contrario (sobre todo si la oveja está recién esquilada, claro), y la cuestión de si las ovejas con mejores que las cabras o las cabras mejores que las ovejas simplemente carece de sentido.
La única respuesta razonable es: depende de para qué.
Los años ochenta fueron ricos en adaptaciones de grandes obras literarias al cine, como todas las épocas, porque el cine y la literatura siempre se han alimentado mutuamente desde el nacimiento del séptimo arte. En esta selección te traigo nueve de esas adaptaciones que resultaron importantes por diversos motivos y que hoy puedes rescatar para ver con tus hijos/as (o sobrinos, o nietos, o incluso, por qué no, alumnos/as).
Tres adaptaciones al cine para compartir con niños/as de todas las edades
1. Nimh, el mundo secreto de la señora Brisby (Don Bluth, 1982)
La adaptación de Mrs. Brisby and the Rats of NIMH, la sensacional obra infantil escrita en 1971 por Robert C. Brian, fue la primera película dirigida por el animador Don Bluth tras su salida de Disney y está considerada por muchos como su obra maestra.
Cuenta la historia de una ratoncita que inicia una carrera contra reloj para salvar a uno de sus hijos que, al estar enfermo, no puede aún trasladarse a la vivienda de verano. Y su madriguera de invierno, con la llegada del deshielo, está apunto de ser destruida por el infernal arado de un granjero. Cuando la situación parece desesperada, unas peculiares ratas de las que nadie se fiaba demasiado echarán una mano a la desesperada madre.
La película conserva el toque Disney tanto en el diseño de los personajes como en el mensaje de solidaridad y superación, pero resulta mucho más oscura en ciertos pasajes (algunos personajes siniestros, algunas muertes inesperadas) y, desde luego, más imaginativa (era la época oscura de Disney, cuando sus grandes estrenos se titulaban Basil, el ratón superdetective o Tarón y el caldero mágico). La animación, completamente tradicional, es de primer nivel, de las que ya no se hacen ni probablemente se harán, y la partitura de Jerry Goldsmith es espectacular.
Por lo tanto, se trata de una película semidesconocida, que pasó sin pena ni gloria por la taquilla de su época, pero que puede presumir de ser un compendio de las mejores cualidades del cine familiar de animación de los ochenta, una década en la que Disney estaba en horas bajas.
2. La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984)
La controvertida adaptación al cine de la gran novela de Michael Ende fue obra de un joven Wolfgang Petersen, que más tarde firmaría películas muy notables como En la línea de fuego o Troya. No es ningún secreto que Michael Ende nunca escatimó insultos ni para Petersen ni para su película, y que incluso acudió a los tribunales para que su nombre desapareciera de los títulos de crédito de lo que él consideraba una película infecta.
A pesar de las evidentes diferencias con el original literario (para empezar, la segunda y más reflexiva parte de la novela no existe en la película), La historia interminable se ha convertido en un clásico indiscutible del cine de los ochenta. La historia, supongo, te resulta familiar: el mundo de Fantasia está desapareciendo porque su emperatriz está gravemente enferma, pero nadie puede encontrar la cura, ya que esta se halla en otro mundo. Las aventuras de Atreyu, Fújur y el resto de seres fantásticos, leídas a escondidas por Bastian en el desván de su colegio, son de esas que, vistas a cierta edad, no se olvidan fácilmente.
Unos efectos especiales que han envejecido pero que conservan el buen gusto de lo añejo, un diseño de producción más que notable, un innegable sentido del ritmo y una pegadiza banda sonora redondean el pastel de esta película que, por ser tan diferente de la novela original, resulta disfrutable también de un modo muy diferente.
Aviso con spoiler: la escena de la muerte de Artax, el caballo de Atreyu, sigue siendo igual de impactante que en 1984. Tenlo en cuenta si tus hijos/as son muy sensibles.
3. La princesa prometida (Rob Reiner, 1987)
William Goldman, uno de los guionistas más reputados de Hollywood, escribió la novela original y posteriormente la convirtió en un guión que filmó Rob Reiner, convirtiendo este experimento metaliterario en un clásico casi instantáneo.
Relata la historia de la bella Buttercup quien, dando por muerto a su amado Wesley, se compromete con el malvado príncipe Humperdinck. Cuando Wesley regresa convertido en pirata y Buttercap es secuestrada por unos mercenarios, todo empieza a desmadrarse.
La princesa prometida es, sobre todo, una extraña mezcla de géneros: cuento de hadas clásico y almibarado, comedia absurda, película de aventuras... Podía haber hecho aguas por todas partes, pero da la impresión de que tanto Goldman como Reiner sabían exactamente lo que estaban haciendo, y los engranajes del invento funcionan con una precisión asombrosa. Hasta la puesta en escena (con un voluntario aspecto de cartón piedra) y los anacrónicos sintetizadores de Mark Knopfler resultan extrañamente encantadores.
Se trata una película algo más adulta que las dos anteriores, en el sentido de que aparecen varias muertes (no muy sangrientas) en ella y algunas escenas resultan inquietantes. Tenlo en cuenta a la hora de proyectarla a tus hijos/as.
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4. El imperio del sol (Steven Spielberg, 1988)
En los años ochenta, Steven Spielberg estaba en plena efervescencia creativa (¿alguna vez ha dejado de estarlo?). Compaginaba películas con alma de revientataquillas con otras más personales, como esta adaptación de la novela de J. G. Ballard. Llevar a Ballard al cine siempre es complicado, pero si el guión te lo firma Tom Soppard la cosa puede funcionar.
Y vaya si funcionó. A pesar de que cierto sector de la crítica no dudó en tirarse al cuello de Spielberg (¿cómo se atrevía este vendedor de palomitas a ponerse “serio”?), la historia de este niño de buena familia que un día, de buenas a primeras y a causa de una guerra (la Segunda Guerra Mundial y la entrada del ejército japonés en China) acaba perdiendo su casa, su familia y su inocencia es estremecedoramente actual y está rodada como solo Spielberg sabe hacerlo, disparando directo al corazón del espectador.
Aunque no contiene escenas demasiado violentas (alguna sí hay), puede resultar demasiado intensa, y a ratos incomprensible, para los niños más pequeños.
5. El nombre de la rosa (Jean Jacques Annaud, 1986)
La novela homónima de Umberto Eco está considerada un clásico moderno, y la película dirigida por Jean Jacques Annaud no le va a la zaga. A pesar de tomarse ciertas (inevitables) libertades y de aligerar gran parte del trasfondo reflexivo de Eco, es una adaptación portentosa por su ambientación, de una precisión obsesiva, y por la caracterización de los personajes. Me consta que esta película se utiliza en muchos institutos de secundaria tanto en el área de Ciencias Sociales como en la de Música para ilustrar cómo era la vida en la Edad Media.
El nombre de la rosa relata las pesquisas de Guillermo de Baskerville (Sean Connery en uno de sus mejores papeles), convertido en una especie de Sherlock Holmes benedictino y medieval, para esclarecer unos crímenes inexplicables que están teniendo lugar en una abadía francesa. La Inquisición, por supuesto, no tarda en encontrar a unos cuantos chivos expiatorios, pero fray Guillermo intenta, contra toda evidencia, hacer que prevalezca la razón y la justicia en tiempos irracionales e injustos.
Se trata de una interesantísima, aunque incómoda, película con varios niveles de lectura. Su desarrollo algo lento y farragoso puede aburrir a los más pequeños (o a los mayores sin muchas ganas de calentarse la cabeza). Eso sí, te recuerdo que contiene una escena de sexo algo subida de tono y que algunas crudas imágenes sobre la realidad del modo de vida medieval pueden resultar perturbadoras a los espíritus más sensibles.
6. Cuenta Conmigo (Rob Reiner, 1987)
Stephen King escribió el relato, Bruce A. Evans lo guionizó y Rob Reiner lo dirigió. El resto es historia: una de las películas míticas de los años ochenta, un canto exaltado a la amistad y la infancia como un tesoro supremo e irrecuperable.
La historia es muy sencilla: cuatro jóvenes en esa edad indefinida entre la niñez y la adolescencia intentan encontrar a un chico desaparecido. Los cuatro son muy diferentes, pero están unidos por un sólido lazo de amistad. La peripecia los llevará lejos de casa en sentido real y metafórico, puesto que tendrán que recorrer los territorios de la aventura, el miedo, la risa, la tragedia…
Es, en fin, la típica historia de crecimiento y tránsito de la niñez a la madurez, pero la confluencia de talentos lograron empaquetar una película de una solidez poco habitual. Tiene una calificación R (Restricted) en Estados Unidos debido a algunas referencias de índole sexual (no demasiado explícitas), a ciertas escenas violentas y, sobre todo, al lenguaje malsonante que se usa continuamente. También aparecen cosas impensables hoy en día en una película, como niños fumando cigarrillos. Te recomiendo que vuelvas a verla para refrescarte la memoria antes de decidir cuál es el momento adecuado de ofrecérsela a tus hijos/as.
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7. Los santos inocentes (Mario Camus, 1984)
De todas las adaptaciones al cine de la obra del gran Miguel Delibes, esta es sin duda la mejor y la más conocida. Relata la durísima vida de una familia de campesinos en la España rural del franquismo de una forma realista, conmovedora y, a veces, brutal. Las interpretaciones de Paco Rabal y Alfredo Landa son antológicas, desde luego, pero el resto (Terele Pávez, Juan Diego, Agustín González…) no le van a la zaga.
No es una película para los niños más pequeños, por supuesto, pero sí una de esas que los más maduros deberían ver en alguna ocasión (y cuyo visionado tú deberías acompañar). Estremecedora en su realismo patético, es un fresco de primera calidad para conocer un mundo que ya no existe pero que sin embargo nos queda tan cerca que casi podemos sentir su aliento en la nuca.
8. Desafío Total (Paul Verhoeven, 1990)
Philip K. Dick era un autor imposible de adaptar al cine. Pero, para ser imposible, en los ochenta conocimos dos adaptaciones sobresalientes de obras suyas: Sueñan los androides con ovejas eléctricas (a partir de la cual David Webb Peoples escribió Blade Runner) y Podemos recordarlo por usted al por mayor, un relato corto de Dick escribió en los años sesenta y que fue adaptado por Ronald Shusett y dirigido por Paul Verhoeven con el título de Total Recall.
Ambas adaptaciones son libérrimas, por supuesto, y cada una resulta sobresaliente a su manera. Si no he traído Blade Runner a esta lista es porque, seamos francos, resulta demasiado aburrida para el noventa por ciento de los adolescentes. Tus hijos aún necesitarán unos años para apreciarla (o no: nadie los conoce mejor que tú).
En cambio, Total Recall es mucho más disfrutable por el espectador libre de complejos, sin que ello signifique que resulte descerebrada. Las enloquecidas aventuras de Douglas Quaid y el continuo juego entre realidad y ficción hacen de esta película mucho más que el típico vehículo para que Schwarzenegger reparta mamporros. Eso sí, como no podía ser de otra manera estando Verhoeven implicado en la producción, la película es desvergonzadamente violenta y contiene escenas no aptas para niños pequeños ni gente de buen gusto en general.
9. Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984)
No solo se vive de buen cine. A veces (solo a veces: no conviene abusar de este recurso) se aprende más, o se lo pasa uno mejor, con una película mediocre.
Stephen King ha tenido una suerte desigual en las adaptaciones al cine de sus obras, quizá porque, con frecuencia, gran parte de ellas transcurre en el interior de las cabezas de sus protagonistas. Sin embargo, los ochenta nos dejaron películas muy notables, algunas de ellas convertidas en clásicos: El resplandor (1980) de Stanley Kubrick, La zona muerta (1984) de David Cronenberg, Misery (1990) de Rob Reiner o Cuenta conmigo, de la que ya hemos hablado. También se estrenaron filmes modestos pero dignos, como Cementerio de animales (1989, Mary Lambert), Ojos de fuego (1984, Mark L. Lester) o Creepshow (1983, George A. Romero).
Y, si seguimos bajando el listón, nos encontramos con adaptaciones tronadísimas que entran en el pantanoso terreno de la comedia involuntaria y que, por eso mismo, bien merecen una revisión desprejuiciada y tendente al sano cachondeo. Por ejemplo, La rebelión de las máquinas (1986), única incursión del mismísimo Stephen King en el terreno de la dirección de cine (si la has visto, sin duda entenderás por qué), o Los chicos del maíz (Fritz Kiersch, 1984).
La historia de Los chicos del maíz, en principio, promete: una joven pareja llega por error a un tranquilo pueblecito de eso que llaman la América profunda (aunque sería más exacto decir "los Estados Unidos profundos") y descubren que allí solo viven niños. Por más que buscan y preguntan, no encuentran a ningún adulto. Pronto descubren que en el lugar operan oscuras fuerzas demoniacas y que los niños son sacrificados en una sangrienta ceremonia cuando van a alcanzar la edad adulta.
Un argumento muy similar al de Quién puede matar a un niño (1976, Narciso Ibáñez Serrador), ¿verdad? Solo que donde el uruguayo lograba una atmósfera malsana y una tensión incómoda, el norteamericano Fritz Kiersch consigue una sucesión de chistes involuntarios, situaciones inverosímiles, tronchantes fallos de continuidad y momentos impagables como cuando el protagonista grita: “¡Si ya estaba muerto cuando lo matamos!”
No obstante, Los chicos del maíz sigue siento una película calificada como R (Restricted), por lo que debes tener en cuenta que solo los niños/as más mayores serán capaces de apreciar su sutil sentido del humor (tan sutil como la ropa interior de esparto) y de echarse unas saludables risas a su costa.
Y tú, ¿qué opinas?
¿Recuerdas alguna otra adaptación al cine de los años 80 que te parezca adecuada rescatar para compartir con tus hijos/as en la actualidad? Cuéntanoslo en los comentarios y lo hablamos.
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