Cinco clásicos imprescindibles de la ciencia ficción para leer en una tarde


¿A quién no le ha pasado alguna vez eso de empezar a leer un libro después de comer y terminárselo antes de cenar sin habérselo propuesto? Uno voltea la contraportada y parpadea incrédulo, con esa pesadez de estómago de las grandes comilonas, tratando sin mucha convicción de volver a la realidad y sacudirse los tentáculos de esa historia que lo ha atrapado de un modo tan expeditivo.

Qué sensación, ¿eh? Lamentablemente, las obligaciones de todo tipo nos suelen privar de este tipo de placeres inofensivos. Pero, ahora que se acerca el verano, tal vez sea el momento propicio para arañarle una tarde al tiempo. Te propongo cinco títulos, cinco clásicos de la ciencia-ficción que tal vez no hayas leído y que te puedes zampar en una tarde de lectura impenitente.

Como en cualquier lista, no están todos los que son pero sí son todos los que están. Para entrar en la lista, cada título tenía que cumplir tres condiciones:

  • Ser breve. El límite lo he puesto en 100.000 palabras, es decir, no más de 300 páginas en una edición de bolsillo convencional. Según Tomás Bravo, profesor de psicología del centro asociado de la UNED de Bergara, la velocidad lectora promedio está entre 200 y 300 palabras por minuto. Eso significa que un lector promedio tarda en devorar un libro de 100.000 palabras alrededor de 6 horas.

  • Ser considerados clásicos por los aficionados al género. Ya sé que este es un concepto resbaladizo, pero también que existen los clásicos indiscutibles.

  • Ser clásicos en el sentido literal de la palabra, es decir, que hayan transcurrido al menos cuatro décadas desde su fecha de publicación original.

Pues bien, ahí van cinco títulos que cumplen todos los requisitos para considerase clásicos imprescindibles para leer en una tarde:

Fundación, Isaac Asimov, 1951 (66.000 palabras)


El imperio galáctico ha permanecido próspero y estable durante 12.000 años. Por eso, cuando el psicohistoriador Hari Seldon prevee su inminente caída y el posterior periodo de barbarie que la seguirá, los funcionarios imperiales lo persiguen como si se tratara de un conspirador y no de un científico que se limita a constatar los hechos. Seldon, sin embargo, ya había previsto esa reacción y guarda más de un as en la manga.

Fundación es la quintaesencia de Asimov: personajes cerebrales, conflictos morales e intelectuales más que internos, y la perpetua confianza en el triunfo de la inteligencia y la razón sobre la ignorancia y la barbarie.

Fundación no es una novela, sino una colección de cinco relatos breves de corte policiaco, inteligentemente entrelazados, donde se presenta un futuro plausible que, por supuesto, nos habla a gritos del presente. En su mayoría fueron publicados en la década de 1940 en la mítica revista Astounding de John W. Campbell. Algún anacronismo propio de la época (los personajes fuman continuamente, los personajes femeninos son simples floreros) que el viejo profesor pulió con los años no desmerecen en absoluto la frescura de este clásico indiscutible, que además fue el origen de uno de los ciclos de novelas más famosos de la historia de la ciencia ficción, conocido como el Ciclo de Trántor.

Así que, si aún no has leído Fundación, mi consejo es claro: corre a la librería más cercana o compra ahora mismo alguna edición digital. Por fortuna, se trata de uno de esos clásicos tan imprescindibles que siempre hay alguna edición reciente a mano.

Cita con Rama, Arthur C. Clarke, 1973 (90.000 palabras)

Podíamos haber elegido muchos otros títulos del otro gran nombre, junto con Asimov, de la edad dorada de la ciencia ficción, esa que se caracterizaba por sus postulados científicamente realistas y la visión positiva del progreso científico: "Las arenas de Marte", "El fin de la infancia", "Las fuentes del paraiso" y, por supuesto, "2001", entran dentro de la categoría de imprescindibles, y casi todas en la de clásicos. Pero siento una debilidad especial por "Cita con Rama".

En un futuro no muy lejano, donde las tensiones políticas se han trasladado de los estados soberanos a las colonias espaciales, los sistemas de detección encuentran un asteroide de forma perfectamente cilíndrica en una trayectoria que lo conduce hacia la Tierra. La evidencia de su naturaleza artificial hace que el gobierno de la Tierra desvíe a una nave de exploración que se encontraba cerca para tratar de averiguar el propósito de ese ingenio extraterrestre.

Lo que los exploradores encuentran cuando llegan a Rama (así bautizan al extraño asteroide, en honor al dios hindú) es tan asombroso que será mejor que no trate de resumirlo aquí. Una vez más, encontraremos lo mejor de la ciencia-ficción clásica dentro de Rama: muchas más preguntas que respuestas, y la capacidad de maravilla intacta en la imaginación de aquellos creadores portentosos que inauguraron un género. Lo que se siente al penetrar en los secretos de Rama lo describía muy bien Carl Sagan en aquel mítico primer episodio de Cosmos: un escalofrío nos recorre la espalda, la voz se nos quiebra, y tenemos una sensación débil, como el recuerdo lejano de caer desde una gran altura: sabemos que nos estamos acercando al mayor de los misterios.

Las sirenas de Titán, Kurt Vonnegut, 1959 (100.000 pals)

Vonnegut ha sido uno de los pocos autores de ciencia-ficción respetado más allá del ámbito de su género, es decir, por los críticos y aficionados a la literatura seria. Independientemente de lo subnormal que nos parezca esta distinción entre literatura seria y literatura popular, esto da una pista de lo peculiar e irrepetible que resultó la obra de este autor, cuyo ascenso a las cumbres de la excentricidad comenzó con "Las sirenas de Titán".

Se trata de una de esas obras inclasificables que provocan adhesiones entusiastas y rechazos viscerales con la misma intensidad. Vonnegut era un especialista en caminar por el peligroso filo entre lo absurdo y lo ridículo sin caer nunca completamente de un lado ni del otro: al contrario, se las apañaba para terminar dotando a sus historias de una rara poesía (la misma que puede residir en el fondo de una fosa séptica, por ejemplo). La odisea de Malachi Constant, millonario impresentable reconvertido en improbable desertor del ejército de Marte y habitante involuntario de Titán, resulta imposible de resumir en unas pocas líneas. Si te gustan las historias diferentes (muy, muy diferentes) condimentadas con un sentido del humor más cáustico que el ácido sulfúrico y no te escandalizas por los ataques demoledores contra la humanidad y sus instituciones, sin duda tienes que leer "Las sirenas de Titán".

Crónicas Marcianas, Ray Bradbury, 1950 (80.000 palabras)


Hay en esta colección de cuentos una cualidad extraña, un tono paródico, casi travieso, que va oscureciéndose conforme avanzan las páginas hasta lograr esa hazaña tan difícil de conseguir que es congelar la sonrisa del lector. Los cuentos narran una supuesta colonización (o intento de colonización) de Marte por parte de la especie humana, y los primeros encuentros entre marcianos y terrícolas son perfectamente grotescos, una bufonada a la que dota de profundidad un trasfondo perturbador, una especie de sonsonete inquietante que no cesa de crecer en las sucesivas narraciones hasta culminar en un final desolador.

No es -el propio Bradbury lo reconocía- un libro de ciencia-ficción propiamente dicho. Está ambientado en Marte -un Marte por completo ilusorio- como podía estar ambientado en las Islas Fidji, porque Crónicas Marcianas no habla de Marte ni de los marcianos, sino de nosotros, los terrícolas, los seres humanos y nuestra miserable querencia por el tribalismo, el antropocentrismo y la visión egoísta a corto plazo. Es, en efecto, un clásico imprescindible, pero no apto para propensos al presimismo.

La tierra permanece, George R. Stewart, 1949 (100.000 palabras)


Con "La tierra permanece" ocurre algo curioso: por muy clásico y muy imprescindible que sea, resulta endiabladamente difícil hacerse con él, al menos en castellano. Gigamesh sacó una edición bastante apañada en 2016, pero, hasta donde yo sé, no existe, de momento, ninguna edición oficial en ebook.

Y es una lástima. "La tierra permanece" es uno de esos libros para los que resulta difícil encontrar calificativos. Si tuviera que elegir uno, me quedaría con asombroso. "La tierra permanece" es un libro asombroso. Asombroso porque resulta atemporal (se escribió solo unos años después del fin de la II Guerra Mundial pero parece estar escrito antes de ayer). Asombroso por la solidez de sus planteamientos, de sus personajes y de su puesta en escena. Asombroso por la facilidad con la que arrastra al lector a una experiencia que avanza desde lo turbador del principio hasta lo conmovedor del final.

Su autor, George R. Stewart, es uno de esos casos de escritor-de-un-solo-libro. Publicó algunos más, prácticamente desconocidos, oscurecidos por la enorme sombra de "La tierra permanece".

Pero, ¿de qué va "La tierra permanece"? Bien, imagínate una novela postapocalíptica en la época en la que las novelas postapocalípticas no existían. Imagínate que "Soy leyenda", "La carretera" o "El día de los trífidos" no han sido escritas aún, y que "El último hombre" de Mary Shelley es una rareza desconocida que lleva 100 años sin reimprimirse. "La tierra permanece" es, ni más ni menos, el punto de partida del subgénero postapocalíptico moderno, el modelo en el que todas las novelas posteriores del género, desde Saramago hasta las trilogías zombies, se miran. E imagínate ahora que ese punto de partida no es una novela dubitativa y gazmoña, sino una obra madura, serena, que explora la psicología humana y la antropología social con una profundidad turbadora. Pues bien, eso, nada más y nada menos, es "La tierra permanece".

 

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