Flores para Algernon, de Daniel Keyes




Oí decir una vez a Fernando Fernán Gómez, en una entrevista que le hicieron cuando ya era muy anciano, que cuando paseaba por su biblioteca se despedía de los libros que alguna vez había comprado con la intención de leerlos pero que, ahora se daba cuenta, no iba a tener tiempo de leer nunca. Realmente, el volumen de lo que ignoramos, como el número de libros que no hemos leído ni vamos a leer nunca, es desolador. No importa cuánto leamos o cuánta música oigamos o cómo de extenso o profundo sea nuestro conocimiento sobre matemáticas o historia o sociología: siempre estaremos tan lejos de abarcar todos los libros de la biblioteca como cuando empezamos.

El otro día, por una de esas casualidades improbables que a veces ocurren, cayó en mis manos un libro que no conocía de un autor cuya existencia ignoraba por completo. Se titulaba "Flores para Algernon" y lo escribió hace medio siglo un tipo llamado Daniel Keyes. Luego me enteré (¡bendita Wikipedia!) de que era un libro muy famoso, y que su autor había ganado un premio Hugo y otro Nebula en la década de 1960 gracias a esta historia, que primero fue un relato corto y luego una novela, y que recibió el premio Hugo de las manos del mismísimo Isaac Asimov, y que el buen profesor le preguntó al entregarle el galardón cómo diablos había logrado escribir algo como aquello.

Si algún día lo descubre, respondió Keyes agarrando a Asimov por las solapas de la chaqueta, haga el favor de explicármelo, porque a mí también me gustaría saberlo. Eso dice la leyenda.

Porque "Flores para Algernon" no es un libro cualquiera. Es uno de esos libros surgidos de una idea muy simple que, gracias a caer en manos de un artesano en estado de gracia, cuaja en una obra imprevista y monumental. Una de esas raras casualidades en las que oficio, ideas y emoción confluyen para crear una obra única y atemporal.

La trama, como digo, es mínima: Charlie Gordon es un tipo de treinta y tantos años con un cociente intelectual por debajo de 70. Apenas es capaz de leer o escribir, y su percepción del mundo es la de un niño pequeño no especialmente avispado. Se somete entonces a una operación experimental para incrementar su inteligencia. La operación es un éxito y, en los siguientes meses, Charlie se convierte en un genio.

A partir de ahí cabía tomar muchos caminos posibles y era fácil, facilísimo, caer en el melodramón. Keyes opta por un enfoque formal atrevido y, a juzgar por los resultados, no cabe imaginar un modo mejor de contar esta historia: en forma de diario. Los investigadores piden a Charlie Gordon que vaya escribiendo todo lo que le ocurre y todo lo que se le pase por la cabeza en unos "diarios de progresos", y son esos escritos el único modo en que nosotros, los lectores, accedemos a la historia.

¡Menudo desafío para el escritor! Meterse en la mermada cabeza de ese personaje y dejar que él tome las riendas de la escritura, con sus expresiones infantiles, sus faltas de ortografía, sus frases simplonas y repetitivas. Es memorable, por ejemplo, el momento en el que Charlie descubre las comas ("todo el mundo, utiliza comas, asi que, yo, tambien, las usaré"). Y, poco a poco, incrementar la dificultad del vocabulario, la complejidad de las ideas y los sentimientos, la apertura de mente al mundo con todas sus luces y sombras. Keyes juega este juego a la perfección, y el lector, como el protagonista, apenas nota nada al mirarse cada mañana al espejo aunque sabe, sin duda, que el Charlie Gordon de la página 10 no es el mismo que el de la página 100 y al mismo tiempo sí lo es.

Y es entonces, en el momento en que el protagonista, con su nueva inteligencia en ristre, empieza reconocer y a enfrentarse a los hechos de su pasado, cuando el autor da un salto cualitativo y convierte la novela en una peripecia brutalmente emotiva y desoladora. Así, partiendo de una anécdota científica improbable, Keyes se embarca en un viaje de ida y vuelta desde un infierno hasta otro, sin más concesiones que unas briznas que luz aquí y allá. Un libro imprescindible, devastador e irrepetible, que nos recuerda constantemente la magnitud de nuestra ignorancia.

Comentarios

  1. […] hace unos días me avergonzaba de haber descubierto tan tarde las “Flores para Algernon” de Daniel Keyes, aún más me avergüenza reconocer que jamás había oído hablar de […]

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  2. […] hace unos días me avergonzaba de haber descubierto tan tarde las “Flores para Algernon” de Daniel Keyes, aún más me avergüenza reconocer que jamás había oído hablar de […]

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