¡Viva Faroni!



Había una vez un tipo normalucho tirando a mediocre llamado Gregorio Olías que se pasó la mitad de su vida arrastrando unos sueños de lo más vulgares, como cortejar a la chica que le gustaba o convertirse en poeta. El tiempo lo puso en su lugar, una gris oficina comercial de una gris empresa de compraventa de aceite, embutidos y vino barato, donde se ocupaba de atender el teléfono en una desangelada oficina.

Si Gregorio Olías hubiera sido solo Gregorio Olías, hoy no estaríamos hablando de él. Su vida habría quedado relegada con justicia al olvido al que se relegan todas las vidas, con unas cuantas notables excepciones, conformando ese amasijo informe de muertos que solo sirven para alimentar la tierra. Pero hete aquí que sucedió un milagro. Apareció un improbable personaje de nombre aún más improbable, don Gil Gil Gil, y propinó a Gregorio Olías el empujoncito que necesitaba para escapar de su vida normalucha tirando a mediocre y tratar de recuperar esa cosa tan ñoña y tan necesaria que son los sueños de juventud.

Gregorio Olías corrió a partir de entonces las más extravagantes aventuras que imaginarse pueda disfrazado con la piel del ficticio Faroni, intelectual, poeta, ingeniero, mártir y no se sabe cuántas cosas más; aventuras en las que hubo lances románticos, huidas a medianoche, persecuciones y grave peligro para su vida, como debe ocurrir en cualquier aventura digna de llamarse así. Inició un viaje enloquecido y surrealista desde la realidad hasta una Arcadia un poco cochambrosa, un viaje que habría de cambiarlo para siempre, hasta el punto en el que resulta lícito que nos preguntemos si Faroni es el trasunto de Gregorio Olías o es justo al contrario.

Las aventuras de Faroni las relató (con un dominio apabullante del lenguaje, dicho sea de paso) un tipo normalucho tirando a mediocre llamado Luis Landero en un libro que tituló con la elocuente frase "Juegos de la edad tardía".

Se da la circunstancia de que Luis Landero trabajó en oficios variopintos, como guitarrista, profesor de instituto o profesor de Arte Dramático, y un buen día, cuando todo parecía indicar que su vida iba a quedar relegada con justicia al olvido al que se relegan todas las vidas, recibió la llamada de su particular e improbable Gil Gil Gil, que, sospechamos, vivía dentro de su cabeza. Entonces le dio por arremangarse y se puso a desenterrar con toda la desfachatez del mundo esa cosa tan ñoña y tan necesaria que son los sueños de juventud.

Luis Landero escribió "Juegos de la edad tardía" con más de 40 años, los mismos que Gregorio Olías tenía, año arriba, año abajo, cuando el improbable Gil Gil Gil le dio el empujoncito que necesitaba para dejar de ser Gregorio Olías, gris oficinista y futuro cadáver, y no es posible leer esta novela sin atisbar los ecos de la historia del personaje en el autor, y viceversa.

Lo demás está en los libros de historia de la literatura: Premio de la Crítica en 1989, Premio Nacional de Narrativa en 1990, un Círculo Cultural Faroni que saltó de las páginas de ficción a la realidad en 1992. No está mal para una primera novela. Landero sería un escritor novato cuando escribió "Juegos...", pero el espíritu de Faroni debía de haberlo tomado como rehén desde hacía mucho tiempo.

¡Ay, el afán!

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