Homenaje a Cataluña, de George Orwell


Cierro boquiabierto la última página de este libro de memorias de George Orwell que, como muchos otros idealistas de la época, abandonaron trabajos, familias y, en ocasiones, mucho más para embarcarse en la Guerra Civil de un país mitológico y atrasado.

Orwell sirvió en las milicias del POUM desde finales de 1936 y hasta junio de 1937. Fue herido de gravedad en el cuello mientras luchaba en el frente de Aragón y, de regreso a Barcelona, participó en los sucesos de mayo y tuvo que abandonar España contra su voluntad tras la ilegalización del POUM, porque la guardia civil comenzó a encarcelar indiscriminadamente a todos los que hubieran tenido alguna relación con ese partido, acusado oficialmente de ser una facción de la quinta columna de los sublevados al mando de Francisco Franco.

Siempre es interesante comprobar qué piensa alguien de fuera de lo que pasa aquí dentro. Homenaje a Cataluña tiene mucho de eso. Como memoria de guerra, el libro es muy peculiar porque no incluye escenas épicas y cruentas. Como reconoce el propio Orwell, su participación en la contienda fue bastante secundaria. En esa época, en el frente de Aragón apenas había actividad militar y las líneas de unos y otros se mantuvieron inamovibles durante meses. De modo que relata la otra parte de la guerra: el aburrimiento, la falta de sueño, el frío, la suciedad, el olor a excrementos. Las ratas lustrosas campando a sus anchas por las trincheras. Esa guerra.

Pero en el libro hay otra guerra más: la guerra civil dentro de la guerra civil que se libró en el bando republicano. Los comunistas manejados desde Moscú tratando de controlar el gobierno con oscuras maniobras; los anarquistas, divididos en mil facciones de nombres fantasiosos, declarando la revolución de los trabajadores; los socialistas, también fraccionados, los de Prieto, los de Largo Caballero, los de Negrín. Lástima de país. La odisea de Orwell en Barcelona, que fue la de muchos, tiene tanto de novela kafkiana que solo el tono comedido del autor la hace creíble.

Lo mejor del libro, con todo, es, en mi opinión, el aviso final: no crean lo que les he contado, dice Orwell. No confundan estas memorias con la Historia. Solo es eso: una memoria. Parcial y subjetiva. Solo es parte de lo que recuerdo, que solo es parte de lo que vi o creí ver. Y, añade, no crean tampoco a los demás. Los historiadores del futuro no tendrán modo de saber lo que ocurrió de verdad en España, porque la memoria subjetiva y su hija descarada, la propaganda, lo inunda todo. Los periódicos publican mentiras, las editoriales publican mentiras, y esta es solo otra mentira escrita con afán de verdad.

Me hace pensar que en realidad no tenemos modo de saber nada, que ni el más honesto historiador puede pretender acercarse a la verdad absoluta. Ni siquiera podemos estar seguros de lo que ocurrió ayer en la sesión ordinaria del Congreso. El diputado quiso decir una cosa, pero dijo otra, y el periodista entendió otra, que el editor cambió por esta otra, que el lector entendió como otra completamente diferente. Cómo vamos a saber qué demonios ocurrió en 1936 si ni siquiera podemos estar seguros de por qué discutieron ayer esos dos vecinos en la reunión de propietarios de la escalera. Para que luego vengan unos y otros a tirarse la verdad a la cabeza.

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