Pero, ¿mi niño aprenderá inglés?


Una cuestión recurrente (y perfectamente comprensible) cuando las familias se acercan a las escuelas libres es la siguiente: "¿Pero mi hijo aprenderá inglés, o matemáticas, o historia del antiguo Egipto en este colegio?". Porque, claro, aquí no hay "clases" al estilo clásico. Si nadie les enseña los conocimientos aburridos o difíciles (o ambas cosas) nunca los aprenderán por sí mismos, ¿no? Y lo que es peor, no desarrollarán esa especie de estoicismo abnegado que hace que los buenos estudiantes preparen, digamos, una oposición a juez aunque detesten la materia que están estudiando.

A lo mejor peco de simplista, o incluso de radical, pero yo este asunto lo tengo muy claro, y lo comparto aquí con vosotr@s por si a alguien le sirven estas reflexiones. Creo que existen tres respuestas muy razonables ante esta duda. Se pueden usar a discreción como réplica a cualquier pregunta:

  1. No se puede enseñar a quien no quiere (dicho más bonito: La motivación interna es el motor de cualquier aprendizaje)

  2. Nadie tiene la menor idea de lo que nos deparará el futuro (o bien: El mundo actual es tan cambiante que lo más importante no es acumular conocimientos, sino aprender a aprender)

  3. Sarna con gusto no pica (o: Todos tenemos cualidades que podemos llegar a desarrollar nos cueste lo que nos cueste)

A continuación pongo unos ejemplos para que se me entienda.

Las matemáticas


¡Ay, las matemáticas! ¡El auténtico "coco" de tantos estudiantes! ¿A cuántos adultos habéis oído decir: "yo es que siempre he sido malo con las matemáticas", o "a mí las matemáticas se me dan fatal", o mi preferida: "es que yo soy de letras"?

Chorradas. Las matemáticas no son más difíciles que cualquier otra cosa. Las inventaron humanos como tú y como yo. A ti las matemáticas no se te dan fatal, es que nunca te han interesado, y por eso no las has aprendido. Así llegamos a la primera respuesta:

1. No se puede enseñar a quien no quiere.

Esto no es del todo cierto. Se puede enseñar a hostias. "La letra con sangre entra" es un aforismo muy antiguo, y funciona. A base de hostias, reales o metafóricas, te acaban metiendo a la fuerza algún conocimiento en la cabeza. Con ese conocimiento pasarán dos cosas: no lo olvidarás nunca, y lo odiarás el resto de tu vida.

Así que no es de eso de lo que estamos hablando.

Para aprender algo de forma sana, necesitamos que ese algo nos interese. Eso lo saben todos los pedagogos, psicólogos y neurocientíficos desde hace décadas (unos ejemplos aquí y aquí). Lo sabemos hasta los maestros y profesores. Por eso la palabra mágica en los centros convencionales es: MOTIVACIÓN.

Hay libracos enteros dedicados al espinoso tema de cómo motivar a los chavales. Cómo motivarles para que aprendan matemáticas, o filosofía, o geografía universal. Esos manuales funcionan, pero tienen un defectillo: convierten al profesor en una especie de showman (o showoman) que tiene que estar haciendo juegos malabares todo el tiempo para mantener artificialmente el interés del alumnado en un tema que en realidad se la trae al pairo. Esto, os podéis imaginar, es agotador para el profe, aunque reconozco que algunos lo hacen muy, pero que muy bien. A algunos les gusta mucho lo que enseñan y tienen una vena un poco payasa, tanto que ni siquiera se dan cuenta de que están motivando a su alumnado. Esos son los profes que recordamos con cierto cariño: "mi profesor de ciencias de tercero, ese sí que era bueno", que en realidad significa: "a mí la biología siempre me importó un pimiento, pero con aquel tipo me lo pasaba bien mirando mis mocos en el microscopio"

Esa motivación externa, que no es mala en sí misma, tiene dos efectos perversos a largo plazo:

  • Primero, crea dependencia. Nos hace yonkis de la motivación externa. En cuanto desaparece, nuestro interés se esfuma.

  • Segundo, impide el autoaprendizaje. Nos hace creer que SIEMPRE necesitamos a un profesor para aprender, cuando lo cierto es que A VECES puede ser útil un profesor, y a veces no.

Vale. ¿Pero aprenderán matemáticas?

Ahora viene la disgresión para justificar el sí. Veréis, los humanos somos seres sociales, no es ningún secreto. Nos interesan las cosas que tienen algún significado para nosotros en el contexto en el que vivimos. Ese es el motivo por el que los inuits saben tanto de salmones. Los niños aprenden, por ejemplo, a hablar sin que hagamos nada especial por enseñarles simplemente porque están rodeados de palabras, de gente que las usa para comunicarse, y sienten el impulso de hacerlo ellos también. Y aprenden, vaya si aprenden. Y mira que es difícil aprender un idioma, pero ellos lo hacen sin estudiar, sin que les expliquen las reglas gramaticales ni fonéticas, sin un profesor que les enseñe español con juegos y canciones dos horas a la semana.

Más adelante, si los dejamos en paz, los niños se interesarán por los caracteres escritos, preguntarán "qué pone aquí" o "qué letra es esta", luego intentarán dibujarlas, y les saldrán torcidas o al revés, pero no importa. El proceso ha empezado y es imparable. Estamos rodeados también de palabras escritas, y los niños, todos ellos (niños sanos, se entiende), antes o después, se interesarán por ellas porque forman parte del mundo y el mundo está lleno de letras. Eso, si no llega un adulto metomentodo y empieza a darle la murga con "el lápiz no se coge así" o "esa R te ha salido fatal". El niño, o la niña, no es ciego, caramba: ya se dará cuenta de que su R está torcida.

Esta curiosidad que les impulsa a aprender a hablar, a escribir, a leer, es lo que podríamos denominar MOTIVACIÓN INTERNA, en contraposición con la MOTIVACIÓN EXTERNA que se intenta imponer en el sistema educativo convencional. Bueno, lo encontraréis escrito como "motivación intrínseca" y "motivación extrínseca", porque las palabras esdrújulas siempre suenan a cosa más seria. Argumentan los ideólogos de la escuela tradicional que los dos tipos de motivación son igual de importantes en el proceso de enseñanza-aprendizaje, aunque en la práctica educativa cotidiana solo se recurre (¡en el mejor de los casos!, ya sabéis: de los profes "quemados" no hablamos) a la extrínseca. ¿Por qué? Pues porque para apelar a la intrínseca necesitas conocer muy bien a tu alumnado, conocerlos casi como si los hubieras parido, y eso es IMPOSIBLE con ratios de 25, o 30, o hasta 40 (en bachillerato) alumnos por profesor. Hay profesores en mi instituto que imparten clase a más de 200 chicos y chicas diferentes cada año. ¿Qué puede saber ese profe de las motivaciones internas de cada uno de ellos?

Bien. ¿Pero y qué pasa con las matemáticaaaaas?

Con las matemáticas no pasa nada. Están por todas partes. En el súper, en el monedero de mamá, en la cinta métrica con la que compruebas cuánto has crecido, en el surtidor de la gasolinera. En nuestro mundo, necesitamos los números tanto como las letras, y necesitamos operar con ellos, saber que si yo tengo siete años y mi hermano cinco, nos llevamos dos. Cuando hablamos de "las auténticas necesidades de los niños", nos referimos a esto. Los niños aprenderán matemáticas cuando las necesiten y tengan un significado real para ellos. Entonces no hará falta ninguna motivación externa para que las aprendan de verdad. Así se interiorizan las cosas que se recuerdan toda la vida.

La escuela, en este contexto, debería ser un mero facilitador. Debería poner los medios para facilitar la adquisición de esos conocimientos o destrezas. Las/os acompañantes tendrían que estar siempre observando para captar el nacimiento de una nueva curiosidad, y entonces mostrar, proponer, ACOMPAÑAR en el descubrimiento, sin forzar, sin empujar, sin acelerar. Avanzar de la mano hasta que el interés del niño por este asunto decaiga y se dirija a otra cosa.

Bueno, supongamos que todo esto es cierto, y que así aprenden las reglas básicas de las matemáticas. ¿Pero qué pasa con las matemáticas avanzadas? ¿Cómo las aprenderán si nadie se las enseña?

Fácil: las aprenderá si las necesita. Si el niño o niña, cuando vaya creciendo y empiece a tener auténtica capacidad de abstracción, se interesa, digamos, por la astronomía, o la construcción de estructuras, o la robótica (y son cosas que pasan: yo mismo he estado toda mi vida muy interesado en al menos dos de esas tres cosas), necesitará un mogollón de matemáticas para avanzar en los campos de su interés. Y entonces las aprenderá, y si necesita un profesor, ahí debería estar la escuela para ofrecérselo. Y entonces sí, podrán sentarse, profesor y alumno, en un pupitre y recorrer de cabo a rabo un manual clásico de matemáticas haciendo todos los ejercicios, porque será un esfuerzo lleno de sentido y que parte de una motivación interna.

Para el resto, las matemáticas avanzadas, sencillamente, será como si no existieran.

Vamos, no os escandalicéis. ¿Cuántos de vosotros, que no desempeñen un oficio técnico o científico, sabrían ahora mismo resolver una ecuación diferencial, aunque sea una sencillita? ¿Eh? ¿Cuántos recuerdan qué demonios era una integral indefinida o el teorema de Chaucy? O, más fácil, ¿cuántos podrían resolver con una exactitud razonable una raíz cuadrada?

¿DE QUÉ DEMONIOS NOS SIRVIÓ APRENDER TODO ESO? ¿DÓNDE SE NOS PERDIERON ESOS CONOCIMIENTOS? ¿CUÁNTAS HORAS DE NUESTRAS VIDAS -las únicas que tenemos- MALGASTAMOS EN ELLO? Cuando un escolar aburrido exclama: ¡¡PERO ESTO PARA QUÉ DEMONIOS TENGO QUE ESTUDIARLO!!, es un grito de desesperación que debería ser escuchado. Un profesor estándar le dirá: para adquirir una cultura general, para ser una persona de provecho, para amueblar bien tu cerebro, porque siempre se ha hecho así y no nos ha ido tan mal, y cosas por el estilo. Pero lo cierto es que el profesor sabe que el chiquillo tiene razón. Nadie sabe bien para qué demonios tiene que estudiar eso. Todos saben que lo olvidará después de vomitarlo en un examen, o antes incluso (esa será la diferencia entre aprobar y suspender). Y así llegamos al segundo punto:

2. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro

Un niño o niña que empiece este año la enseñanza infantil de segundo ciclo, se incorporará al mercado laboral aproximadamente en 2040. Y se jubilará más o menos en 2080.

¿Recordáis cómo era la vida en la década de los 90? ¿Sin teléfonos móviles, sin internet, sin autopistas? Don Johnson era el no va más en lo que a machotes se refiere y el muro de Berlín aún humeaba. Facebook o Whatsapp no eran ni sueños en las mentes de sus creadores. Las Torres Gemelas seguían en pie en la Isla de Manhattan y George Bush (padre) se dedicaba a pacificar oriente medio. Y de la crisis, bueno, de la crisis ni hablamos. Hubo una crisis en España, una cosa pequeñita y casi imaginaria, apenas una indigestión de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla, de la que vino a salvarnos aquel señor con bigote que hablaba catalán en la intimidad.

Cómo ha cambiado el mundo en poco tiempo. Y lo que le queda. A partir de cierta edad, a todas las generaciones les ha parecido que el mundo cambiaba demasiado deprisa, pero es un hecho que ahora el ritmo de cambio se está acelerando.

En este mundo de cambio acelerado, resulta que hay unos señores, llamados legisladores, que nos dicen que ellos saben exactamente qué cosas deben aprender los niños (y cuándo deben aprenderlas) para ser ciudadanos libres y de provecho en el futuro. En 2040 y en 2080. ¡JA!. Primero, la mayoría de los niños no necesitarán saber matemáticas avanzadas ni casi ninguna del resto de cosas que tratan infructuosamente de embutir en sus cabezas. Nunca. Para nada. No importa que usted intente enseñarles, sencillamente no lo aprenderán porque no lo necesitan, y serán adultos que no recordarán nada sobre matemáticas ni sobre los reyes godos. Dejemos de ser hipócritas.

Segundo, aunque consiguiera que lo aprendieran, la mayoría no volverá a hacer uso de esos conocimientos en su vida, porque sencillamente no sabemos cómo será su vida en el futuro. No podemos ni imaginarlo.

Entonces llega un legislador más listo que el resto y dice: claro, claro, es que lo que debemos hacer es enseñar a los niños a aprender a aprender. APRENDER A APRENDER. Chúpate esa. Justo lo que hacen desde que nacen. ¿Cómo demonios aprendieron a gatear, y luego a andar, y a controlar los esfínteres, a hablar, a correr, a saltar? ¿Cuántos músculos hay que coordinar al mismo tiempo para dar un salto sin desparramarse por el suelo? ¿Imagináis que nos hubieran tenido que enseñar eso nuestros padres o nuestros maestros, pon primero este pie aquí, luego tensa este tendón pero no demasiado, luego un impulsito con el gemelo...?

Los niños ya saben aprender a aprender. Pero luego los escolarizamos, y sistemáticamente les negamos las posibilidades de que sigan aprendiendo por su cuenta. Desde muy pequeños (cada vez más pequeños), les decimos no solo qué tienen que aprender, sino también cómo y cuándo. Matemáticas de nueve a diez, de lunes a jueves. Inglés por las tardes. Los miércoles, plástica. El sol es amarillo, y no te salgas al colorear. Y cuando los tenemos convertidos en semiautómatas, nos sale un listo diciendo que tienen que aprender a aprender para afrontar el futuro.

Dejémosles en paz. Dejemos que aprendan lo que quieran, cuando quieran, como quieran. Estemos atentos, alrededor, acompañando. Aprovechemos su impulso para ofrecerles materiales, experiencias, incluso explicaciones. OFRECERLES, no imponerles. Entonces tendrán la oportunidad de ser adultos que sepan aprender cosas nuevas toda su vida y podrán adaptarse a ese futuro cambiante que se nos viene encima.

3. Sarna con gusto no pica

Mi cuñado disfruta planchando. ¿Alguien puede creerlo? Pues es cierto, que lo he visto con estos ojitos. Se coloca el cesto de la ropa limpia al lado, la tabla de planchar en mitad del salón, y empieza a planchar con toda la parsimonia del mundo. Puede tirarse así tres horas. No da una camisa por buena hasta que no la repasa cien veces. ¡Dice que le relaja! Yo preferiría ver una película de José Luis Garci enterita antes que planchar una camisa.

Las motivaciones internas de los seres humanos son tan diversas como ellos mismos. Hay quien disfruta saliendo a correr una hora diaria o yendo al gimnasio, y hay quien imagina que el infierno debe de ser un lugar donde te obligan a hacer esas mismas cosas. Quien sienta esa especie de atracción fatal por las ciencias, o por la filosofía, o por la literatura medieval, no cejará en su empeño por penetrar en los secretos de las matemáticas, de la lógica aristotélica o de la vida y milagros del infante Don Juan Manuel. Y quien no, simplemente nunca sabrá qué es una derivada de segundo grado, o un silogismo, y nunca en su vida tendrá que sufrir la tortura de leer El Conde Lucanor. ¿Y qué? Como la mayoría de nosotros.

El inglés


¿Aprenderá mi hijo/a inglés en una escuela libre, o alternativa, o libertaria, o como demonios la llamemos? ¿En una escuela no directiva y sin currículo cerrado?

Hombre, pues mire, puede que sí y puede que no.

¿Que escandaliza esta respuesta? Es la pura verdad. Pero ampliémosla. Eso mismo le ocurrirá en cualquier centro educativo convencional. ¿Aprenderá inglés si lo empadrono en casa de los abuelos para que pueda ir a ese cole del centro que me han dicho que es bilingüe? Puede que sí y puede que no. De hecho, y a tenor de las cifras de fracaso escolar, lo más probable que no.

1. No se puede enseñar a quien no quiere

No nos empeñemos. No se puede "enseñar" inglés, ni ninguna otra cosa. Se puede "aprender" inglés, y, para eso, se tiene que querer.

Un chaval puede querer aprender inglés porque le gusta el cine en versión original, o porque quiere entender la letra de las canciones que le gustan, o porque quiere leer a Henry Miller sin pasar por el filtro del traductor. Qué sé yo y qué sabe nadie. Pero no al revés. No se le puede decir: "aprende inglés; es un peñazo, pero luego podrás ver Star Wars en inglés con acento de California, que mola más". No funciona así.

Y luego está el asunto del bilingüismo. Que parece que si se les enseña inglés a partir de no sé qué edad, todos se hacen bilingües sin esfuerzo y luego hablan el inglés sin acento ni nada. Permitidme que me carcajee. Para ser bilingüe hay que estar inmerso durante muchas horas al día en los dos idiomas, no aprender un par de cancioncillas infantiles en inglés. O se marcha usted a vivir al Reino Unido una temporada, o se trae un ama de llaves inglesa a vivir con usted y se asegura de que habla mucho con su hijo/a.

¿Y si no somos bilingües, qué pasa? ¿Es que hay que tener un inglés de Cambridge para ser un ciudadano de provecho, o qué? ¿No basta con saber el inglés necesario para desenvolverse adecuadamente en una reunión de negocios, o en un trato con un cliente extranjero? ¿No podemos conseguir un trabajo en Australia porque tenemos acento exótico? Ian Gibson escribe libros en castellano a pesar de tener un acento horrible cuando lo habla. Joseph Conrad es un mito de las letras en inglés, y resulta que era polaco. Aprendió inglés con veintiún años. Escribió sus libros en un idioma que le era extraño y que hablaba a trompicones.

Para mí está claro: un niño aprenderá inglés cuando algo en su interior lo motive para aprenderlo. Todo lo demás son parches y fuegos de artificio.

Eso sí, para sentir esa motivación interna, el niño tiene que estar expuesto al inglés. Esa es la tarea de la escuela y de la familia: exponerlo al inglés, a la música, al arte, a las ciencias, etc. Pero, pensemos un poco: ¿qué niño que esté inmerso en el mundo no se encuentra todas esas cosas en su devenir cotidiano?

Solo hay que estar atento para detectar cuando se despierta la curiosidad interna, y entonces entrar al trapo.

En resumen: su hijo/a aprenderá inglés solo si lo necesita (si lo necesita él, no usted, ni el sistema productivo), y solo cuando él lo necesite.

Ah, y no se preocupe demasiado. Si su hijo quiere ir a la Universidad, si DE VERDAD quiere por sí mismo (no porque usted lo quiera, o sus profesores, o sus amigos), entonces hará lo que sea necesario para aprobar la selectividad y lo que se le ponga por delante. ¡Incluso aprenderá inglés!

2. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro

Porque, vamos a ver, ¿de verdad es tan importante aprender inglés? Todo el mundo sabe que el idioma del futuro es el chino. Por eso los colegios de postín ya enseñan chino, aunque sea como actividad extraescolar.

¿Y si China se desmembra en un estallido de su burbuja financiera? Ese peligro existe. Lo mismo China se desinfla bajo el peso de su propio éxito. ¿Por qué no aprender hindi, o ruso, o portugués con acento brasileiro? ¿Alguien sabe qué idioma será el universal en 2040, en 2080? No, la verdad es que nadie sabe nada. Así que dejémonos de monsergas: puede que el inglés tenga menos futuro que el esperanto.

3. Sarna con gusto no pica

Espérese a que su hijo/a adolescente se eche un novio/a de Glasgow, y luego intente impedir que aprenda inglés. Ya verá lo que le pasa.

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