HAL-9000 cumple 45 años

Hace 45 añitos, nada menos, que Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick se asociaron para crear al ordenador de ficción más famoso de la historia: HAL-9000. Por supuesto, hablamos de “2001, una Odisea del Espacio”, que se estrenó allá por abril de 1968.

Resulta curioso que al recordar esta película, que se rodó paralelamente a la escritura de la novela (personalmente prefiero ésta última, ágil y clara, al estilo que tan bien practicaba Arthur C. Clarke y que resulta tan diferente de la ampulosidad críptica y un poco vacua del film. Fin de la crítica pretenciosa), a casi todo el mundo le venga a la cabeza la imagen de HAL-9000 vigilando, como un gran hermano demente, los cuchicheos de David Bowman y Frank Poole. Digo que resulta curioso porque el papel de HAL en la trama es puramente accidental. Tenemos un miedo atávico a que las máquinas se hagan demasiado inteligentes, sea lo que sea lo que signifique eso.

HAL-9000 era un ordenador dotado de una avanzada inteligencia artificial que había sido creado exclusivamente para la misión de la Discovery a Saturno (bueno, o a Júpiter, en la película). Podía mantener conversaciones en lenguaje natural con la tripulación, hacer todo tipo de razonamientos lógicos y controlar todos los sistemas a bordo de la nave. En realidad, era tan humano que hasta podía volverse un psicópata asesino.

Y todo ambientado en el año 2001.

Clarke también imaginó colonias humanas permanentes en la Luna, plataformas de construcción de naves espaciales en órbita y vehículos espaciales capaces de viajar hasta Saturno (mediante la hibernación de sus tripulantes) y de simular la gravedad mediante la fuerza centrífuga.

Visto en retrospectiva, resulta encantador, ¿verdad? Clarke era un tipo ilustrado e inteligente, y uno de los paradigmas de la ciencia ficción dura (es decir, la ciencia ficción que sólo imagina futuros científicamente posibles). Aún así, erró de forma notable en su predicción de futuro. Esto nos recuerda que predecir el futuro, siquiera el futuro inmediato, está todavía lejos de nuestras posibilidades. No hay humanos en la Luna ni hibernación, vale, pero en cambio tenemos Internet y telefonía móvil. Nadie imaginó esos dos avances que hoy nos resultan tan cotidianos hasta que su aparición arrolladora no fue inminente.

Al fin y al cabo, los (buenos) escritores de ciencia ficción sólo imaginan futuros posibles, no probables. Alimentan la imaginación de la siguiente generación de científicos, cuyos avances a su vez inspiran a la siguiente generación de escritores de ciencia ficción dura. De este modo, la ciencia ficción y la ciencia real se realimentan mutuamente.

Así que, si les interesa la ciencia pero nunca han leido ciencia ficción, pruébenlo. Arthur C. Clarke es un buen comienzo. Y leer “2001: una odisea en el espacio”, ahora que cumple 45 años, es un comienzo extraordinario.

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